¿La sociedad del futuro será mas libre?

Por reflexiones de un galeno

Tenía ganas de envenenar a un monje”. Esa fue la idea que impulsó al filósofo y profesor Umberto Eco (1932-2016) a escribir El nombre de la rosa (1980), su debut en la ficción. Lo cuenta en Apostillas a ‘El nombre de la rosa’, publicado tres años después de la novela. También revela que la historia iba a estar ambientada en un convento contemporáneo y protagonizada por un monje detective lector del diario comunista Il manifesto.

Finalmente, decidió situarla en una abadía benedictina en el siglo XIV (“el presente solo lo conozco a través de la televisión, pero del Medievo tengo un conocimiento directo”, escribió Eco), darle el protagonismo a un franciscano británico con apellido y sagacidad holmesianas (Guillermo de Baskerville) y envenenar no a un monje, sino a varios.
De esta manera, con su habitual ironía, explica Eco el origen del que se convertiría en el thriller histórico más influyente de la historia de la literatura.

Un erudito y, por tanto, inesperado best seller, que abrió la puerta a un sinfín de seguidores, propició una exitosa (y estupenda) adaptación cinematográfica (Jean-Jacques Annaud, 1986) y una fallida serie televisiva (Giacomo Battiato, 2019) y convirtió un subgénero hasta ese momento marginal en uno de los más rentables de la industria editorial.

El nombre de la rosa narra la investigación que emprenden Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk para esclarecer los crímenes cometidos en una abadía en noviembre de 1327. Eco, en un guiño a El Quijote, cubre con un “piadoso manto de silencio” el nombre del edificio.

Sin embargo, según se deduce de la correspondencia que mantuvo con Antonio Salvatori, abad del monasterio Sacra di San Michele, parece que fue esa abadía benedictina su principal fuente de inspiración.

El edificio está situado, al igual que el de la novela, en lo alto de un monte, el Pirchiriano, y en el norte de Italia, en la región del Piamonte, de donde es natural el escritor. De hecho, el director Jean-Jacques Annaud pensó en rodar allí la versión cinematográfica, aunque por razones de logística terminó decantándose por el monasterio cisterciense de Eberbach (Alemania).

En cuanto al enclave geográfico, el libro solo explica que está entre el Piamonte, la Liguria y Francia. Pero se sabe, también por otra carta (enviada al periodista y geógrafo Enrico Massone), que Eco se inspiró en el monte ligur de Figogna, donde está el santuario Nostra Signora della Guardia. Un lugar situado a veinte kilómetros de Génova, desde donde, como se describe en el libro, “todavía era visible, a no más de diez millas de distancia, y quizá a menos, el mar”.

La otra abadía que se menciona en la novela, la de Melk, es real. Es uno de los templos benedictinos más célebres de Austria, que alcanzó gran renombre durante el Medievo por su excepcional biblioteca.Guillermo de Baskerville llega a la abadía para esclarecer los misteriosos crímenes que están sucediendo, pero también para organizar un encuentro entre dos delegaciones religiosas enfrentadas: los franciscanos, defensores de la pobreza apostólica y aliados del emperador del Sacro Imperio Ludovico IV de Baviera, y los dominicos, partidarios del papa Juan XXII.

Esta reunión, donde se discutirá sobre la pobreza de Cristo, funciona como síntesis de la lucha entre el Imperio y el pontificado que aconteció en esa época. Un enfrentamiento que tuvo implicaciones políticas, religiosas y filosóficas.

En cuanto a las primeras, Eco incluye un diálogo entre Guillermo y Adso en el que se explica lo que supondría para el papado aceptar la tesis de la pobreza de la Iglesia. Conllevaría un cuestionamiento de su derecho a legislar sobre los asuntos terrenales, como la investidura de obispos o emperadores, y a controlar los territorios que estaban bajo su dominio (además de los italianos, en el siglo XIV también incluía la francesa Aviñón).

Una aceptación, en suma, de la separación entre el poder político y el teológico, entre la autoridad temporal y la espiritual. Juan XXII reaccionó ante esta pretensión del emperador negándose a coronarlo. Más tarde, en 1324, lo excomulgó bajo la acusación de herejía. Ludovico respondió ocupando Roma en 1327, justo el año en que está situada la novela.

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