Aunque la depresión navideña no esté catalogada como un trastorno, guarda muchas similitudes con una depresión normal. Podemos trabajar en ello para aligerar su carga.
¡Por fin han llegado! Las calles ya han encendido sus luces, la decoración adorna cada rincón, cada escaparate, cada ventana. El aire festivo sobrevuela el ambiente. Los menús especiales comienzan a concretarse. Los rollos de papel de regalo comienzan a gastarse.
Por fin podrás reunirte con tus seres queridos sin limitación de comensales, sin toques de queda ni test previos. Las primeras navidades normales después de dos años de restricciones por una pandemia mundial están aquí. ¡Y hay que disfrutarlas!
La navidad siempre se ha rodeado de un halo de felicidad e ilusión. Se exaltan vínculos como la familia, el amor o el reencuentro con viejas amistades. Pero no todo el mundo vive estas fechas con la misma alegría. Para muchos son fechas cargadas de nostalgia, soledad y sentimientos negativos.
Según los informes, hasta un 65 % de las personas pueden experimentar estrés, ansiedad o síntomas depresivos durante estas fechas. Es la llamada depresión blanca o blues de navidad. A pesar del nombre, no es un trastorno mental y hace referencia a emociones normales dentro de un contexto que nos recuerda realidades dolorosas que podemos estar experimentando.
Tachados como grinch de la navidad, son muchas las personas que durante esta época estival experimentan más sentimientos negativos que positivos. Melancolía, desinterés, apatía, ansiedad o mal humor son algunas de las compañeras que podemos encontrar en esta época del año.
¿Por qué sucede la depresión blanca?
Puede que, simplemente, seas una persona a la que nunca le han gustado estas fechas, algo totalmente lícito. Pero, existen una serie de factores que pueden ser el punto de partida para que esa llamada depresión blanca aflore, y nos condicione esta parte del año.
La pérdida de un ser querido es otro de los motivos por los que las navidades suelen teñirse de nostalgia. Es el llamado síndrome de la silla vacía. Cuando un ser querido nos ha dejado, el duelo puede verse acentuado en fechas señaladas, en las que la ausencia de esa persona se hace más difícil de ignorar. Es fácil, entonces, ocultar tras un manto ese hueco vacío para intentar que no nos duela, o disimular nuestros sentimientos.
El hecho de tener conflictos familiares puede cambiar nuestro humor y hacernos más irascibles y malhumorados. Y es que la tradición marca que al menos uno de estos días señalados debemos compartir mesa con nuestra familia de sangre. Pero estos no siempre son lazos seguros con los que nos sintamos a gusto. Saber que pasarás por momentos incómodos desemboca en frustración o enfado. La gestión de estos conflictos y el manejo de estas emociones acentúan el malestar de la navidad.
Muchas personas dicen sentirse más estresadas y ansiosas durante la época navideña. Son fechas en las que se necesita organización. Comprar regalos, distribuirse y decidir quién pasarás cada día, planificar los menús, decorar la casa, viajar si es que necesitas hacerlo o hacer malabares económicos son tareas que se añaden a nuestra rutina habitual. Esta sobrecarga y esta alteración de la rutina llevan a que empecemos el nuevo año agotados y estemos lejos de cumplir uno de los propósitos de las fiestas: el descanso.
La soledad es el gran talón de Aquiles de la navidad. Son unas fechas de carácter social, y existe además mucha presión por pasarlas en compañía. Estar solos y no tener un círculo con quien hacerlo nos hace sentirnos tristes al tomar consciencia de que la red social que queremos no coincide con la que tenemos. Esto ocurre, sobre todo, cuando nuestra soledad no es elegida, sino impuesta. Muchos ancianos son ejemplo de esta situación.
¿Cómo evitarla?
Existen muchas maneras de abordar estas emociones, pero todas las saludables pasan por aceptar su existencia. Es importante no luchar con tus sentimientos y normalizar la tristeza. Compartir tu mundo emocional con las personas en las que confías hará que te sientas apoyado y reconfortado.
Así mismo, podemos reconvertir la nostalgia dándole un enfoque positivo. Recordando, por ejemplo, buenos momentos vividos con esa persona. No es necesario esconder esa silla vacía para que no moleste, podemos seguir haciéndola partícipe de nuestro festejo e incorporarla de una forma simbólica.
Encontrar un equilibrio entre las necesidades propias y las del resto es recomendable. Es posible que alguna situación nos haga sentir algo incómodos por las expectativas, los afrontamientos o las exigencias que puede llegar a suponer. Por ello, es importante encontrar una distancia en la que este malestar sea manejable.
Como las plantas, hay relaciones que si las riegas mucho pueden morir ahogadas, mientras que, por el contrario, si nunca las riegas, pueden morir de sed. Darse cuenta de qué necesidades tiene esa relación y qué necesitamos nos podrá orientar en esta búsqueda de equilibrio.
Si decidimos adaptar la rutina para poder encajar todas esas acciones que traen consigo la navidad, hay que medir las exigencias que nos autoimponemos. No es necesario que todo salga perfecto, ni que seamos nosotros quienes tomemos todas las responsabilidades. Rebajar expectativas y repartir las tareas será un buen muro de contención para el estrés.
Una posibilidad para ayudarnos a convivir con estas emociones es intentar crear y buscar espacios de autocuidado. Por ejemplo, organizar un día enfocado a atender las necesidades, intentar compartir tareas con otras personas, bajar el ritmo durante estas fechas. Enfocarse en lo que para uno es valioso y conseguir buscar esos momentos pese al sufrimiento no hará que el dolor se vaya, pero sí que podrá hacer que este cobre sentido.
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