Fuente: Ciencia y Salud Natural

Visto en: TierraPura.Org

La viruela y la primera vacuna

La viruela humana, conocida fue una enfermedad viral infecciosa tristemente célebre que provocaba mucha fiebre, dolor y lesiones supurantes en la piel. La enfermedad no solo desfiguraba a la víctima, sino que con frecuencia le causaba la muerte.

El elemento más mortífero de las nuevas ciudades era el hacinamiento de las personas. Por ejemplo, el informe de un funcionario de sanidad de Darlington de la década de 1850 hablaba de seis niños, de entre 2 y 17 años, que sufrían viruela en una vivienda de una sola habitación que compartían con sus padres, un hermano mayor y un tío. Dormían todos juntos sobre harapos en el suelo. Se podrían citar millones de casos similares, con unas condiciones que empeoraban cuando las víctimas fallecían y sus cadáveres permanecían descomponiéndose durante días con la familia en casas de una sola habitación, hasta que la familia conseguía reunir unos peniques para enterrarlos. 1

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En 1949, la viruela había desaparecido por completo en Estados Unidos, y en 1980, en todo el mundo. Hoy, la mayoría de las personas piensa que la amenaza infecciosa fue derrotada por el poder de una vacuna.

La Batalla con las manchas

La primera empresa destinada a evitar la viruela en Occidente la inició Lady Mary Wortley Montagu en 1717. Regresó del Imperio Otomano sabedora de una práctica llamada variolación, que consistía en tomar una pequeña muestra de una pústula de viruela humana e introducirla en la piel de otra persona.2 Si todo iba bien, el receptor sufría un ataque leve de viruela, y después quedaba inmune a la enfermedad. La esperanza que se ocultaba al infectar a las personas con la viruela en el momento y lugar que decidieran era que, en un entorno controlado y en estado de perfecta salud, se defenderían mejor de la enfermedad que dejando el contagio al azar. Dos problemas de la variolación eran que podía provocar la muerte y extender la enfermedad por las comunidades vecinas.

El consiguiente ataque de viruela no era en modo alguno leve; está demostrado que de cada cien personas inoculadas morían dos o tres. Además, muchas personas sospechaban con razón que la inoculación, aunque pudiera proteger al individuo con un ataque ligero, extendía en mayor medida la enfermedad porque multiplicaba los focos de infección. Por estas razones, después de 1728 la inoculación quedó completamente desprestigiada en Europa.3

James Kirkpatrick llegó a Londres desde Charleston, en Carolina del Sur, y describió la epidemia de 1738, insistiendo en que la inoculación tenía un gran éxito. Con tal entusiasmo, la inoculación ganó nuevo favor en toda Europa.

En Londres, después de la reaparición de la influencias de Kirkpatrick en 1743, la inoculación se convirtió en una lucrativa rama de la práctica quirúrgica, casi en exclusiva para la gente acomodada. La operación no era tan sencilla como parecía. Exigía las dotes conjuntas del médico, el cirujano y el boticario; la preparación del paciente para recibir la muestra exigía varias semanas de acomodación física y régimen. La inoculación fue durante mucho tiempo privilegio de quienes se podían permitir pagarla.4

Durante una epidemia de viruela en 1752 en Boston, algunas cifras demostraban que la enfermedad provocaba más muertes cuando se contraía de forma natural que cuando era provocada por la inoculación. Esto indicaba que la inoculación podía ser útil, en especial para los blancos.

En los países fríos, la viruela es más letal para los negros que para los blancos. En la viruela de Boston de 1752 moría uno de cada once blancos que la contraían de forma natural, y uno de cada ochenta de los que lo hacían por la inoculación; en el caso de los negros, lo hacía uno de cada ocho enfermos naturales, y uno de cada veinte de los inoculados.5

El éxito de la variolación dependía de quién la aplicara y la técnica que emplease, además de otros muchos factores que no siempre se podían controlar.
En un artículo de 1764 se explicaba claramente que la consecuencia imprevista de la inoculación fue el aumento de la tasa de mortalidad por viruela.

La conclusión no es que la inoculación sea una práctica favorable para la vida… Es innegable que se trata de una enfermedad infecciosa, y que lo que tiende a detener el avance de la infección tiende a disminuir el peligro que conlleva; y lo que tiende a propagar el contagio, tiende a aumentar ese peligro; la práctica de la inoculación tiende manifiestamente a extender el contagio, ya que provoca una enfermedad infecciosa donde de otro modo no se hubiera producido; el lugar donde así se produce se convierte en centro de contagio, de donde se propaga, con no menor fatalidad ni extensión que las que se hubieran dado desde un centro en que la enfermedad se hubiese producido de forma natural; es evidente que la inoculación aumenta en gran manera estos centros de contagio6

En los 38 años posteriores al inicio de la inoculación, las muertes por viruela respecto al número de nacimientos aumentaron a 127 por mil (un incremento del 41 %), y respecto al número de enterramientos, al 81 por mil (un 27 %).

La operación médicamente sancionada tenía las mismas probabilidades de iniciar una epidemia que de detenerla.7

De la ubre de la vaca

Entre las ordeñadoras se rumoreaba que la infección con la viruela de la vaca podía proteger a la persona de la viruela humana. En 1774, un granjero llamado Benjamin Jesty hizo incisiones a su mujer y dos hijos utilizando una aguja de zurcir, y a continuación restregó en ellas material de las marcas de la viruela de una vaca infectada. Según se dice, cuando posteriormente los hijos de Jesty fueron expuestos deliberadamente a la viruela, no contrajeron la enfermedad.
En 1796, Edward Jenner, que creía en esas historias, sometió a un niño de 8 años llamado James Phipps a un experimento. Tomó material de una enfermedad que creía que era la viruela de la vaca de las heridas de la mano de una muchacha granjera llamada Sarah Nelmes, y vacunó con él a James.
Después se expuso deliberadamente al niño a la viruela para comprobar la propiedad protectora de la inoculación de la viruela de la vaca. El niño no contrajo la enfermedad, y se dio por supuesto que la vacuna había sido un éxito y que además sería una protección contra la viruela para toda la vida.
La inmunología era tan básica que en el diseño del experimento de Jenner no se tuvo en cuenta lo que se supiera de la inmunidad preexistente o la infección subclínica. Las alegaciones de Jenner se basaban en una muestra de un solo método no científico, pero alimentó la creencia de que una vez que la persona se exponía a la viruela de la vaca, era posible la protección permanente contra la humana.

Más tarde, los cálculos de Jenner pasaron de diez años a tan solo uno. Un artículo de 19088 concluía que cierta inmunidad limitada duraba solo unos tres años. … se observa que todos los niños no vacunados de más de año y medio de edad, más o menos, y todas las personas revacunadas después de más de tres años —es decir, la inmensa mayoría de la población— no están protegidos.9

Otro profesional llamado doctor Olesen defendía que las revacunas se administraran anualmente.

El reciente éxito de las vacunas supone una protección absoluta contra la viruela. La protección dura entre seis y doce meses y a menudo bastante más. Lo aconsejable es revacunar una vez al año.10

El doctor Creighton publicó en 1889 un libro muy crítico con Edward Jenner y la vacunación. Señalaba que a las personas que habían sido expuestas al virus de la viruela de las vacas en muchos casos se les inoculaba previamente la viruela humana. Por el carácter anecdótico de sus experimentos, el doctor Jenner podía sacar cualquier conclusión que se ajustara a sus resultados predeterminados. El doctor Creighton resumía:

El único auténtico experimento sobre la viruela de las vacas, tal como se presentó originariamente a la Royal Society, fue la inoculación a James Phipps; sus resultados, como hemos visto, se registraron con una brevedad que permitía a Jenner eliminar lo verdadero y sugerir lo falso. Es absurdo pretender que se tome como experimentos la docena de casos de ordeñadoras con la viruela de las vacas a las que posteriormente se les inoculó la viruela humana; había muchas ordeñadoras con viruela de las vacas… que se sometieron a la inoculación junto con otras, siempre que había en marcha una inoculación general; y los casos de Jenner solo fueron unos pocos, favorables a sus pretensiones… el mismo representa al hombre que «decide perentoriamente sobre la verdad o falsedad de una teoría, basándose en la supuesta autoridad de unos pocos ejemplos aislados».11

Desde finales del siglo XVIII, la profesión médica ha defendido la vacunación, aunque nunca hubo una prueba en que un grupo vacunado se comparara con otro grupo del mismo tamaño que no estuviera vacunado.12 El Centro de Control de Enfermedades admite que, incluso hoy, se desconoce el nivel de anticuerpos que protege contra la infección de la viruela.13 En los años de infancia y juventud de los autores de este libro en Estados Unidos, se consideraba que los niños estaban vacunados e inmunes simplemente mostrando la cicatriz de la vacunación años después de que se les aplicara la vacuna.

La vacuna y el misterioso virus artificial

Existe confusión sobre el origen del virus denominado vacuna. Jenner bautizó su producto con el nombre latino vacca (vaca), pero pensaba que el origen de la auténtica enfermedad de la viruela de las vacas estaba en la llamada «enfermedad de la grasa» de los caballos. Algunos profesionales utilizaban como vacuna linfa de otros animales, como las cabras. Es interesante el siguiente extracto de la revista Lancet de 1829:

La linfa que después utilizó el doctor Jenner, y que ha mantenido en circulación tres o cuatro años por la zona de Berkeley, la había obtenido no de la vaca, sino del caballo, y nunca después fue aprobada por la ley. De hecho,
la enfermedad es una viruela equina, no vacuna, como él aseguró categóricamente antes de morir, obtenida de las pústulas que se forman en la piel de las patas del caballo, como consecuencia de una afección erisipelatosa exacerbada por la materia de la grasa… He sabido de una zona donde había una viruela de la cabra que se parecía tanto a la vacuna que los médicos inoculaban con ella, y descubrieron que tenía el mismo efecto protector.
Sin embargo, esta linfa equina del doctor Jenner producía una pústula que, él mismo declaró, se parecía mucho a la pústula natural de la viruela de las vacas de las ubres de este animal…14

Después de años de mezclar distintos virus animales y pasarlos a los humanos y de vuelta a las vacas, en 1834 un artículo planteaba dudas sobre cuánta parte del virus de la vacuna procedía de las vacas. Debido a la confusión sobre qué contenían las vacunas, al material que se utilizaba para vacunar se lo llamaba a veces «virus de la vacuna».

Existen tres opiniones sobre el origen del virus de la vacuna.

Primera: la de Jenner, que suponía que procedía de la llamada «enfermedad de la grasa» de los caballos, que era infecciosa, y provocaba en las vacas esa dolencia llamada viruela de las vacas.

Segunda: la del doctor Robert de Marsella, que pensaba que el virus de la vacuna no era más que el veneno de la viruela transmitido a las vacas, y modificado en la transmisión.

Tercera: la opinión de que esta dolencia es tan natural en las vacas como los hongos en las ovejas, y la viruela, el sarampión o la escarlatina en los humanos…

El doctor Fiard manifiesta, como su opinión, que la viruela de las vacas es una enfermedad peculiar de estos animales; que en Inglaterra es muy rara en las vacas; y que en Francia no existen pruebas que demuestren que alguna vez se haya producido.15

Usar material de la viruela directamente de las vacas era inicialmente desagradable para las personas, por lo que Jenner desarrolló una «vacuna humanizada de la viruela». Pero al principio en este método se seguía utilizando material enfermo del animal, y el pus se inoculaba a los humanos.16 El procedimiento de la vacunación consistía entonces en restregar linfa pustular de las marcas de la viruela de un humano inoculado sobre una herida en el brazo del siguiente receptor humano, un sistema que se llamaba «vacuna de brazo a brazo». Otro sistema de inoculación era poner muchas costras de la viruela en una jarra, llenarla de agua y agitarla. El pus resultante se utilizaba como material de vacuna para una ciudad entera. Se consideraba que la persona estaba vacunada e inmunizada por el simple hecho de mostrar la cicatriz de la vacunación que había dejado la ampolla aparecida en el sitio en que se aplicó la vacuna. Era habitual aplicar esta a varios lugares con el fin de asegurar la máxima protección.17 Se pensaba que la vacunación había tenido éxito si «agarraba» bien después de dañar hasta cuatro partes del brazo de una vez. Esta práctica de vacunar más de un punto siguió en varias partes del mundo hasta 1975.
Evidentemente, de este modo se propagaban otras muchas enfermedades de los vacunados, pero la vacunación brazo a brazo se utilizó unos 100 años, hasta que se prohibió en 1898. El doctor A. W. Downie demostró que el virus de la vacuna, aunque estaba relacionado inmunológicamente con la viruela de la vaca y la humana, tenía características diferencias inmunológicas, que él atribuía al proceso antes mencionado.18

… la variante blanca en la repetida propagación del virus de la viruela de la vaca sobre la piel de los terneros o las ovejas en la preparación de la linfa de la vacuna o en la piel humana en la vacunación brazo a brazo que se practicó
durante el siglo pasado. Es posible que tales condiciones hayan abierto la posibilidad de la aparición de cepas de vacuna tal como hoy las conocemos por una variante de la viruela de la vaca como la aquí descrita.19

La estandarización y pureza de las vacunas de viruela de la vaca estuvieron en entredicho incluso después de la erradicación de la viruela en Estados Unidos. Las declaraciones del doctor Beddow Bayly de 1952 deberían haber
hecho pensar a todos cómo era posible que tal vacuna pudiera haber sido la causa de la erradicación de cualquier enfermedad:

Si recordamos que la linfa de la vacuna se obtiene, en primer lugar, del cadáver de una vaca infectada de viruela, de la ubre ulcerada de una vaca o de las llagas supurantes de los talones enfermos de un caballo, cuya elección depende del país de origen y de la empresa que la fabrica, no cabe sorprenderse de que produzca efectos mucho más dañinos en las personas. Hace años, en Lancet se decía que «ningún profesional sabe si la linfa que utiliza procede de la viruela de la vaca, de la del conejo, de la del asno o de la de la mula».20 Hace tiempo que nuestro Ministerio de Sanidad ha confesado su completa ignorancia sobre el origen último de la linfa que él mismo suministra; pero el año pasado el doctor A. Downie afirmaba en el British Medical Journal que «se cree que la cepa del virus de la vacuna que se utiliza en la preparación habitual de linfa en este país (Inglaterra) procede de un caso de viruela de la vaca de Colonia del siglo pasado». Esto, evidentemente, desmonta toda la teoría de la vacunación con la viruela de la vaca.21

Ni siquiera las actuales vacunas contra la viruela contienen virus de la viruela de las vacas o humana, sino un agente híbrido humano/animal que nunca existió en la naturaleza hasta la era de la vacunación. Se ha venido cultivando pasando material de la viruela una y otra vez entre animales y humanos. Hoy la vacuna puede infectar a animales salvajes como el búfalo de agua,22 y también a los humanos.
Algunos de los animales que se han utilizado para transmitir el actual virus de la vacuna son los conejos, los ratones, las cabras, los caballos, las ovejas y los humanos. Dryvax, que fue patentada por la compañía que después se convirtió en Wyeth, es la vacuna más antigua contra la viruela, y se ha estado utilizando desde el siglo XIX. Los sistemas empleados para difundir Dryvax se tradujeron en mezclas de virus comúnmente llamados «cuasi especies». En 2011, Qin et al. caracterizaron genéticamente la Dryvax moderna, y afirmaron que todas las marcas de vacunas de la viruela anteriores a finales de la década de 1990 raramente se sometían a purificación clonal. Concluían que Dryvax era de origen viral equino y humano, y describían la vacuna como un «fósil molecular».

Estas observaciones plantean preguntas inquietantes sobre el grado de diversidad genómica que pueda haber en las antiguas vacunas de la viruela. En esta comunicación, hemos aprovechado los últimos avances de las tecnologías de secuenciación del ADN para analizar esta cuestión con mayor detalle. Nuestros resultados ilustran la notable complejidad de las cuasi especies característica de las vacunas antiguas y no purificadas de la viruela, y apuntan a que los virus que se han aislado hasta la fecha solo representan una pequeña fracción de la diversidad de virus de estas preparaciones.23

¿Quién sabe, entonces, de qué estaba hecha la «fracción mayor» de las vacunas «antiguas e impuras»? Decir que siempre hay y ha habido mucha confusión sobre qué virus contenían las vacunas es un burdo sobrentendido. En 2008, después de un uso de más de 100 años, los Centros de Control de Enfermedades exigieron la cuarentena y destrucción de todas las existencias de Dryvax.24

La fe que eclipsa la realidad

Cuando Jenner publicó su artículo en 1798 asegurando la inmunidad permanente contra la viruela y promocionando su técnica, muchos de los que habían visto casos de viruela humana que seguían a la de las vacas cuestionaron su doctrina en un encuentro de la Sociedad de Amigos de la Medicina.

Pero en cuanto él (Jenner) lo mencionó, los demás se rieron. Los médicos de las vacas podrían haberle contado cientos de casos en que la viruela humana seguía a la de las vacas…25

En 1779, el doctor Drake, un cirujano de Stroud, Inglaterra, realizó un experimento para comprobar el nuevo profiláctico de Jenner utilizando vacuna obtenida directamente de Edward Jenner. Inoculó viruela humana a los niños para ver si el procedimiento con la de las vacas había sido efectivo

En tres de ellos, un muchacho de diecisiete años y dos niños de Colborne (uno de cuatro años, y el otro de quince meses), las pústulas de la viruela maduraron muy pronto y formaron la costra en el tiempo habitual. Al muchacho se le inoculó la viruela el 20 de diciembre, que era el octavo día de su vacunación, y a los dos niños, el 21, que también era el octavo día. Todos desarrollaron la viruela, con las pústulas locales y la erupción general con fiebre.26

El doctor Hughes, otro médico de Stroud, informó que posteriormente los niños desarrollaron la viruela, y señalaba que la técnica de la vacunación había fracasado. Jenner recibió el informe, pero decidió ignorar los resultados.
Más tarde, en 1779, el doctor Woodville, director del Hospital de Vacunación contra la Viruela de Londres, comenzó a utilizar de forma masiva la inoculación de la viruela de las vacas. Obtuvo el material de la vacuna de una vaca que pertenecía a una granja de Gray’s Inn Lane de Londres, y vacunó a siete personas. Solo cinco días después, con aquellas siete personas, aplicó la técnica de la vacuna brazo a brazo a otros cientos de personas. El doctor Woodville reconoció que el procedimiento planteaba graves problemas.

… en varios casos, la viruela de las vacas ha provocado una dolencia muy grave. En tres o cuatro casos de quinientos, el paciente ha estado en peligro considerable, y un niño falleció.27

La comunidad médica siguió aceptando la vacuna de Jenner, pese a los muchos informes que desmentían sus beneficios, todos ellos sobre numerosos casos de personas que habían recibido la viruela de las vacas o la humana y, pese a ello, habían muerto de viruela. Se calcula que en 1801 en Inglaterra fueron vacunadas unas 100.000 personas.
En 1809, el Medical Observer informaba de una serie de pacientes que demostraban el fracaso de la viruela de las vacas o de la vacunación para proteger de la viruela humana.

1. El señor Robinson, cirujano y boticario de Róterdam, vacunó a un niño, a finales de 1799. Un mes después, al niño se le inoculó material de la viruela, sin ningún efecto, y poco después contrajo la viruela confluyente y falleció.

2. Una criada del señor Gamble, de Bungay, en Suffolk, contrajo de forma natural, por el ordeño, la viruela de las vacas. Siete años después pasó a trabajar de enfermera en el hospital de Yormouth, donde contrajo la viruela humana, y murió.

3 y 4. Elizabeth y John Nicholson, de tres años de edad, fueron vacunados en Battersea en el verano de 1804. Ambos contrajeron la viruela en mayo de 1805, y los dos fallecieron… 13. El hijo del señor R.
murió de viruela en octubre de 1805. El paciente había sido vacunado, y los padres confiaban plenamente en la seguridad de la vacuna. Se ocultó el nombre de quien lo vacunó. 14. El hijo del señor Hindsley del despacho del señor Adam… murió de viruela un año después de la vacunación.28

Los artículos médicos señalaban explícitamente, uno tras otro, que la teoría de que la exposición a la viruela de la vaca inmunizaba para toda la vida contra la viruela humana no estaba demostrada.

En1810, el Medical Observer daba detalles sobre 535 casos de viruela después de la vacunación, 97 casos letales, 150 casos de lesiones producidas por la vacuna, con las direcciones de diez médicos, incluidos dos profesores de anatomía, que habían sufrido los efectos de la vacunación en sus propias familias.29

Un artículo del London Medical Repository Monthly Journal and Review de 1817 demostraba de nuevo que muchísimas personas que habían sido vacunadas seguían padeciendo viruela.

La viruela, sobre todo, sigue y extiende un contagio devastador. Por doloroso que sea, tenemos la obligación de advertir al público y a la profesión de que la cantidad de todo tipo de sufrimientos debidos a la viruela, en personas que previamente habían sido vacunadas por los profesionales mejor cualificados, es hoy alarmante. El problema es tan grave, y afecta tan profundamente a los intereses más queridos de la humanidad, y a los de la profesión médica, que no cejaremos en prestarle nuestra más minuciosa atención.30

En 1818, Thomas Brown, un cirujano con 30 años de experiencia de Musselburgh, en Escocia, explicaba que nadie de la profesión médica «podía superar mi celo en la promoción de la práctica de la vacuna». Pero después de vacunar a 1.200 personas y descubrir que muchas seguían contrayendo la viruela e incluso morían por su causa, la conciencia no le permitía seguir defendiendo la vacunación.

La experiencia demuestra igualmente que la viruela natural también hace su aparición cuando ha habido previamente punción de la vacuna, rodeada de una aureola de aspecto perfecto durante más de dos días, y no modificada en lo más mínimo, sino confluyente en el mayor grado, y seguida de la muerte. Las pústulas de la viruela, además, se encontraban dentro de la propia aureola de la punción de la vacuna… Informes de todas las partes del mundo, de dondequiera que se haya introducido la vacuna… los casos de fracaso están aumentando en alarmante proporción; y después de un análisis intachable e imparcial se deduce que, cuando el contagio de la viruela consigue actuar en personas vacunadas de más de seis años, y es un contagio continuado y duradero, casi la totalidad de tales casos caen bajo la influencia del contagio de la viruela.31

Otras muchas revistas médicas explicaban con detalle que la viruela humana podía seguir infectando a quienes previamente habían contraído la de las vacas, y que los vacunados también se podían contagiar.

… durante los años 1820, 1 y 2 (1820-1822) hubo un gran alboroto sobre la viruela. Se desencadenó como una epidemia que se extendió hacia el norte…

Llegó casi a la casa del propio doctor Jenner… Atacó a muchos que habían tenido antes la viruela de las vacas, y en muchos casos de forma aguda, casi hasta provocar la muerte, y de quienes habían sido vacunados dejó solo a algunos, pero afectó a una gran cantidad.32

Se pagaba generosamente a médicos y cirujanos para que aplicaran la vacuna y la defendieran, como nueva fuente de ingresos. Por eso es significativo que tantos médicos escribieran en las publicaciones médicas sobre su experiencia. Sin embargo, como ocurre también hoy, los creyentes ignoraron las voces de los disidentes médicos, lo cual hizo que personas corrientes se manifestaran en los medios ordinarios.
En 1829, William Cobbett, granjero, periodista y panfletista inglés, escribía sobre el fracaso de la vacunación para proteger a la gente de la viruela. Pensaba que la vacunación era una práctica médica fraudulenta y carente de base empírica. Cuando habla de 20.000 libras se refiere sin duda a la cantidad de dinero que el gobierno británico había adelantado a Edward Jenner en 1822 para que prosiguiera con sus experimentos con la vacuna de la viruela.

En medio de toda esta locura, a la que los médicos se han entregado después de descubrir que era inútil resistirse, estalló en la ciudad de Ringwood, en Hampshire, y afectó, creo, a más de cien personas, jóvenes y viejos, cada una de las cuales había padecido «perfectamente» la viruela de las vacas. ¿Y qué fue lo que se dijo? ¿Se acabó con el curanderismo, y se reclamaron las veinte mil libras a sus receptores, avergonzados por lo que habían hecho? En
absoluto; el fracaso se atribuyó a la incapacidad de quienes administraban las vacunas, a que el material estaba pasado, a que no era de calidad… ¿Qué sabemos hoy? Que en cientos de casos, las personas a las que se inoculó la
viruela de las vacas del PROPIO JENNNER (las mayúsculas son de William Cobbett) han contraído después la viruela humana, y han muerto a causa de ella, o se han salvado de la muerte a duras penas.33

¿La vacunación hace que la enfermedad sea más leve?

Cuando se vio con claridad que la vacuna de la viruela no podía prevenir la enfermedad, la profesión médica intentó justificar la vacunación pasando de hablar de inmunidad «perfecta» a «enfermedad más leve». Un dogma similar se repitió en 2013 para justificar el hecho de que las vacunas de la tos ferina y la gripe tampoco protegían a quienes las recibían. ¿Pero acaso la vacuna de la viruela realmente disminuía la tasa de mortalidad y reducía la gravedad de la enfermedad?
En la epidemia de viruela de 1844, en torno a un tercio de los vacunados contrajeron una forma leve de la enfermedad, pero más o menos el 8 % de los vacunados seguían muriendo, y casi dos tercios padecían la forma grave de la viruela.34
Una carta dirigida a un periódico en 1850 decía que, en 1844, en el Hospital de la Viruela de Londres había habido más ingresos que durante la epidemia de viruela de 1781, antes de que empezara la vacunación. El autor también señalaba que un tercio de las muertes por viruela eran de personas que previamente habían sido vacunadas.

Lamentablemente, la experiencia de todos los días demuestra un estado alterado de las cosas; la viruela, pese a la vacunación, aumenta con rapidez… En el Hospital de la Viruela de Londres hubo más ingresos en 1844 que en la famosa epidemia de 1781, antes de que se introdujera la vacunación. También apelo a los datos del registro de uno de los distritos del país (Bradford) para demostrar la poca protección que la vacunación ha dado en el último cuarto de este año 1844: se registraron 118 (¿181?) muertes por viruela, 60 de las cuales, o casi un tercio, fueron de personas que habían sido vacunadas.35

Los periódicos no dejaban de informar de muertes debidas a la viruela de ciudadanos que habían sido debidamente vacunados, y de muertes por otras dolencias después de la vacunación. Por ejemplo, uno dolencia de la piel llamada erisipela provocaba una muerte lenta y dolorosa.

… un niño de Somerstown, de 5 años, «de viruela confluyente no modificada » (9 días). Había sido vacunado a los 4 años; una cicatriz… La esposa de un obrero, de Lambeth, de 22 años, «viruela confluyente no modificada» (8 días). Vacunada en la infancia en Suffolk; dos cicatrices buenas… El hijo de un marinero, de 10 semanas de edad, y el hijo de un repostero, de 13 semanas, murieron de «erisipela general después de la vacunación, por efusión cerebral».36

Una niña de 4 meses murió de erisipela después de la vacunación.37 Ocho muertes se incluyeron en el apartado de la viruela, dos de ellas atribuidas a «erisipela posterior a la vacunación» y una a los «efectos de la vacunación».38
Dos niños, ambos de seis meses de edad, murieron de erisipela después de la vacunación. En un caso, la erisipela comenzó quince días después de la operación.39

No se solía informar de las muertes producidas como consecuencia de la vacunación por lealtad a la práctica. Muchas veces, se registraba que la persona había fallecido por otra causa, como la varicela, o se decía falsamente que no estaba vacunada, lo cual tuvo que influir considerablemente en la validez de las estadísticas de la época.

… las muertes por vacunación y revacunación se silencian… El señor Henry May, en el número de enero de 1874 de la Birmingham Medical Review, sobre los «Certificados de defunción», dice: «Como ejemplo de casos que pueden comprometer al propio médico, mencionaré la erisipela debida a la vacunación y la fiebre puerperal. No hace mucho, se produjo en mi consulta una muerte debida a la primera causa, y aunque no había vacunado yo al niño, en mi deseo de evitar reproches a la vacunación omití cualquier mención a ella en mi certificado de defunción».40
Una niña, Elizabeth Sabin, de 4 años, con seis buenas marcas de vacunación exitosa, contrajo la viruela y, tres semanas y tres días después de ser vacunada, falleció. Su caso se excluyó de la lista de los vacunados de las estadísticas del doctor Bond. Las estadísticas así amañadas no se podían aceptar como exactas. Recordaba un caso de Birmingham donde un hombre llamado William Wood Warner murió de viruela maligna en ocho días, y el médico del hospital lo clasificó como no vacunado. Por pura casualidad, por la viuda y la hermana del hombre, descubrió que habían visto que se había vacunado.41

En 1898, el doctor Wilder también señalaba que durante la pandemia de 1871 y 1872 las personas vacunadas a menudo contraían la viruela grave con mayor rapidez que las no vacunadas.

Nunca, sin embargo, la fe en la vacunación recibió tan duro golpe como en la Gran Epidemia de Viruela de 1871 y 1872. Todos los países de Europa fueron invadidos con una intensidad nunca vista en los tres siglos anteriores. En Inglaterra, el número de muertes por la enfermedad aumentó de 2.620 en 1870 a 23.126 en 1871 y 19.062 en 1872, para después descender de nuevo a 2.673 en 1873. En el continente, sobre todo en Francia y Alemania, la enfermedad fue aún más severa. En Baviera, por ejemplo, con una población vacunada superior a la de cualquier otro país del norte de Europa, excepto Suecia, la enfermedad tuvo una severidad que nunca se había visto. Y lo más importante aún era que en casi todas partes muchas personas vacunadas eran atacadas por la viruela antes de que las no vacunadas contrajeran la enfermedad.42

La vacunación obligatoria y la posterior pandemia

En 1840, cuando médicos y ciudadanos se dieron cuenta de que la vacunación no era lo que se había prometido, aumentó el rechazo a la vacuna. Los gobiernos aprobaron diversas leyes para obligar a las personas a vacunarse.
En Inglaterra, la vacunación fue obligatoria en 1853, y en 1867 se aprobaron unas leyes muy estrictas. En Estados Unidos, Massachusetts promulgó una serie de leyes sobre la vacunación universal en 1855.

… en 1855 Massachusetts dio el paso más avanzado de los que jamás había dado ningún estado, y aprobó una ley que obligaba a los padres o tutores a vacunar a los niños antes de que cumplieran los dos años, y prohibía la admisión en las escuelas públicas de cualquier niño que no estuviera vacunado. Alcaldes y concejales estaban «obligados a vacunar a todos los habitantes» de su ciudad, y a exigir la revacunación siempre que juzgaran que la salud pública lo requería; todos los empleados de las fábricas, todos los internos de las casas de beneficencia, de las escuelas reformadas, de los asilos para dementes y otros lugares donde se admitía a pobres y enfermos, o de correccionales, cárceles y todas las instituciones financiadas en todo o parte por el estado, debían disponer la vacuna de todas esas personas, pues estas no la podían pagar.43

Lemuel Shattuck insistía en la necesidad de la vacunación y, en un informe de 1856, proponía que las autoridades de la ciudad de Boston obligaran a vacunarse, casa por casa.

¿Existe algún remedio que se pueda aplicar para acabar con este gran mal (la viruela)? A juicio del abajo firmante, sí; y este remedio es la vacunación obligatoria. La ciudad ya ha dispuesto que en las escuelas públicas no se admita a ningún niño que no esté vacunado; una magnífica disposición para las personas interesadas. También ha dispuesto la vacunación gratuita de esas personas, que con tal fin se pueden dirigir al Médico Municipal.44

Las leyes que obligaban a vacunarse no hicieron nada contra el problema de la viruela. Los datos de Boston comienzan en 1811, y demuestran que, a partir de en torno a 1837, hubo epidemias periódicas de viruela (gráfico 4.1). Después de las órdenes de 1855, hubo epidemias de viruela en 1859-1860, 1864-1865 y 1867, que culminaron con la de infausta memoria de 1872-1873. Estas repetidas epidemias de viruela demostraban que las estrictas leyes de vacunación aprobadas en Massachusetts no tuvieron ningún efecto beneficioso (gráfico 4.2).
De hecho, murieron de viruela más personas en los 20 años siguientes a las estrictas leyes de vacunación obligatoria que en los 20 años anteriores.

Gráfico 4.1. Tasa de mortalidad por viruela en Boston desde 1811 a 1916.
Gráfico 4.2. Tasa de mortalidad por viruela en Boston desde 1841 a 1880.

… la viruela, después de haber desaparecido casi por completo de nuestra comunidad durante los treinta o cuarenta años siguientes a la introducción de la vacunación en 1800, poco a poco fue recuperando su dominio en Boston,
donde siguió prevaleciendo de forma casi ininterrumpida, aunque con intensidad variable, desde 1839, cuando la enfermedad adquirió por primera vez la forma de epidemia, hasta 1873. En este período de treinta y cinco años, el curso de la viruela ha estado marcado por una sucesión de paroxismos epidémicos (momentos en que se experimenta con mayor intensidad), generalmente en intervalos de varios años, durante los cuales un número variable de casos esporádicos da prueba de la presencia más o menos constante de la enfermedad. La última epidemia de 1872-1873, en la que murieron 1.040 personas, fue la más severa que Boston haya vivido desde la introducción de la vacunación.45

El mismo patrón de epidemia más severa se iba a repetir por todas las poblaciones de altos índices de vacunación del mundo occidental.

… en Baviera (Alemania), en 1871, de 30.742 casos, 29.429 fueron de personas vacunadas, es decir, el 95,7 %, y 1.313 de no vacunadas, es decir, el 4,3 %. En algunos de los pequeños brotes de los últimos años, las víctimas han sido casi todas vacunadas (por ejemplo, en Bromley, [Inglaterra], en 1881, un total de 43 casos, incluidos 16 de viruela confluyente, todos de personas vacunadas).46

Al concluir 1868, más del 95 % de los habitantes de Chicago habían sido vacunados. Después del Gran Incendio de 1871 que arrasó la ciudad, la vacunación era un requisito imprescindible para recibir las ayudas oficiales.47 A pesar de sus estrictas leyes de la vacunación, Chicago fue sacudida por una devastadora epidemia de viruela en 1872. La idea de vacunar a la mayoría de la población (que después recibiría el nombre de inmunidad masiva) no protegió a la población del azote de la viruela.

Pero a pesar de estas medidas, la tasa de mortalidad subió ominosamente como consecuencia del incendio. Más de mil personas contrajeron la enfermedad en 1872, y más de una cuarta parte de ellas murió. La mortalidad entre los niños menores de cinco años fue la mayor de las que se recordaban. 48

La pérdida del respeto por las personas vacunadas en Francia, Alemania e Inglaterra la ilustraba gráficamente un artículo médico de 1900.

Todos los reclutas que ingresaban en el ejército francés eran vacunados. Durante la guerra franco-prusiana hubo veintitrés mil cuatrocientos sesenta y nueve casos de viruela en ese ejército.
El Lancet de Londres del 15 de julio de 1871 decía: De los nueve mil trescientos noventa y dos pacientes de viruela de Londres, seis mil ochocientos cincuenta y cuatro habían sido vacunados. El diecisiete y medio por cien
de los atacados por la enfermedad murieron.
En todo el país, más de ciento veinte mil personas vacunadas han padecido la viruela… Los informes oficiales de Alemania muestran que entre 1870 y 1885 murieron de viruela un millón de personas vacunadas.49

En 1899, el doctor Ruata informaba de las devastadoras muertes por viruela en la supervacunada Italia.

De la gran cantidad de pequeñas epidemias que causaron las 18.110 muertes mencionadas, voy a señalar solo las siguientes: en Badolato, con una población de 3.800 habitantes, hubo 1.220 casos de viruela; en Guardavalle hubo 2.300 casos, en una población de 3.500 habitantes; en Santa Caterina de Jonio hubo 1.200 casos (en una población de 2.700 habitantes); en Capistrano hubo 450 casos (en una población de 2.500). Todos estos pueblos están en Calabria. En Cerdeña, el pequeño pueblo de Laerru tuvo 150 casos de viruela en un mes (en una población de 800); Perfugas, también en un mes, tuvo 541 casos (en una población de 1.400); Ottana tuvo 79 muertes por viruela (en una población de 1.000), y las muertes en Lei fueron 51 (en una población de 414). En Sicilia, se registraron 440 fallecimientos en Noto (en una población de 18.100), 200 en Ferla (en una población de 4.500), 570 en Sortino (en una población de 9.000), 135 en San Cono (en una población de 1.600) y 2.100 fallecimientos en Vittoria (en una población de 2.600).
¿Acaso existen datos peores anteriores a la invención de la vacuna? Y la población de estos pueblos está perfectamente vacunada, como ya he comprobado, y no solo eso, sino que he obtenido de las autoridades locales una declaración de que la vacunación se realiza dos veces al año de la forma más satisfactoria y desde hace muchos años.50

La reseña crítica del doctor Charles Creighton de la vacunación en la Enciclopedia Británica hablaba de la elevada tasa de mortalidad durante la epidemia de viruela prusiana de 1870-1873, señalando que aproximadamente 60.000 personas murieron de viruela, a pesar de haber seguido estrictamente el procedimiento de la vacunación.

La práctica de la revacunación la recomendó primero en Inglaterra C. Gregory, y Heim hizo lo propio para el ejército en Alemania (1829). En Prusia ha sido más o menos obligatoria desde 1835; «la revacunación de los escolares a los doce años forma parte integral de la ley de vacunación». Pese al hecho de que Prusia era el país mejor revacunado de Europa, su mortalidad por viruela en la epidemia de 1871 fue mayor (58.839) que en cualquier otro estado septentrional.51

Las cosas no fueron mucho mejor en el mundo oriental. La vacunación obligatoria se introdujo en Japón en 1872, con leyes más estrictas en 1885, que obligaban a revacunarse entre cada cinco y siete años. De 1885 a 1892, se registraron más de 25.000.000 de vacunaciones y revacunaciones, sin embargo, la epidemia de viruela siguió haciendo estragos entre los japoneses.

… los registros oficiales demuestran que durante los siete años mencionados (1885-1892) hubo 156.175 casos de viruela y 39.979 fallecimientos. La ley obligaba a que todos los niños de Japón fueran vacunados durante el primer año de vida, y en caso de que la vacuna no arraigara la primera vez, había que hacer tres vacunaciones adicionales en el mismo año, y todos los años, durante siete. Cuando se producía un brote de viruela, las autoridades japonesas obligaban estrictamente a vacunarse. Sin embargo, a pesar de todas estas precauciones, los registros oficiales muestran que de 1892 a 1897,
Japón tuvo 142.032 casos de viruela y 39.536 fallecimientos. En 1896 se aprobó otra ley que obligaba a todas las personas a vacunarse cada cinco años, en cualquier estación; sin embargo, en el año siguiente, 1897, hubo 41.946 casos de viruela y 12.276 fallecimientos —una tasa de mortalidad del 32 %, casi el doble de la del período anterior a la vacunación.52

Muertes y enfermedades relacionadas con la vacunación

De 1859 a 1922, las muertes oficiales relacionadas con la vacunación en Inglaterra sumaron más de 1.600 (gráfico 4.3). Sin embargo, entre 1606 y 1922, las muertes registradas por vacunación y viruela fueron aproximadamente las mismas (gráfico 4.4). Los pronunciamientos médicos oficiales siempre estuvieron de parte de la vacuna, como procedimiento muy seguro realizado con «linfa pura». Los casos de fallecimiento por «viruela de las vacas y otros efectos de la vacunación»53 eran algo común y a menudo consecuencia de una toxina bacteriana grave y con frecuencia fatal llamada erisipela. A la derecha, Fotografía 4.2. Señorita L. H., de 27 años. Las lesiones aparecieron dos semanas después de lavacunación (1904).

Gráfico 4.3. Total de muertes por viruela y otros efectos de la vacunación en Inglaterra y Gales entre 1859 y 1922.
Gráfico 4.4. Las muertes por viruela comparadas con las muertes por efectos de su vacuna en Inglaterra y Gales entre 1906 y 1922.

George Banford tuvo un hijo en 1868. Fue vacunado, y después de la operación se le cubrió el cuerpo de llagas, y pasó un tiempo considerable hasta que pudo salir de casa. El señor Banford cumplió con la ley de nuevo en El niño fue vacunado por el doctor Sloanne con la esperanza de que acudiendo a él la materia que inocularan al niño sería pura. En ese caso apareció la erisipela, y el niño estuvo enfermo en cama durante cierto tiempo.
El tercer caso es el de un niño nacido en 1872, al que muy poco después de la vacunación le apareció la erisipela, que se fue complicando hasta que el niño expiró a los 14 días.54
Es completamente cierto que en los hospitales de expósitos, como el de San Petersburgo, la erisipela de la vacunación es el punto de partida de epidemias de erisipela que afectan a todos los internos.55

Factores agravantes: pobreza, malnutrición, falta de condiciones sanitarias y de agua corriente

No es extraño. El modo de vida en el siglo XIX hacía que la pobreza y la falta de condiciones sanitarias y de agua corriente en los barrios bajos de Londres aseguraran la malnutrición, con su enorme impacto sobre el sistema inmunitario. Las personas con insuficiencia inmunitaria, escorbuto, úlceras en la piel, infecciones por hongos y mal drenaje linfático corrían mayor riesgo de infección por el Streptococcus pyogenes, la bacteria causante de la erisipela (y de la escarlatina) a través de su toxina.
La ictericia provoca el color amarillento de la piel y el blanco de los ojos debidos a la hiperbilirrubinemia (exceso de bilirrubina en la sangre).
Normalmente cursa cuando existe algún proceso bloqueador o una dolencia hepática intrínseca, pero se ha observado su relación con la vacunación.
Entre octubre de 1883 y abril de 1884 se produjo una serie de casos representativos entre adultos revacunados de unos grandes astilleros de Bremen, en Alemana.

Ante una alarma de viruela, 1.289 obreros fueron revacunados entre el 13 de agosto y el 1 de septiembre con la misma linfa humanizada conservada en glicerina; de ellos, 191 tuvieron ictericia de forma intermitente hasta el mes de abril siguiente. Pruebas circunstanciales (de coincidencia y diferencia) llevaban claramente a la vacunación como origen de la epidemia.56

En estos casos, es muy probable que las infecciones agudas de hepatitis fueran consecuencia de la contaminación de la vacuna derivada de linfa humana. Otras enfermedades infecciosas que se atribuyen a la vacunación son la tuberculosis y la sífilis. En 1863, el doctor Ricord se dirigía a la Academia de París con las siguientes palabras:

Al principio rechazaba la idea de que la sífilis se podía transmitir por la vacunación. Pero los hechos se fueron acumulando, y hoy debo aceptar la posibilidad de la transmisión de la sífilis a través de la vacuna.
Lo hago muy a mi pesar. Hoy no dudo lo más mínimo en reconocer y proclamar la realidad de los hechos.57

Se calcula que en 1948 se produjeron entre 200 y 300 muertes58 como consecuencia de la vacuna de la viruela, mientras que en el mismo período solo se había producido una muerte por la enfermedad.59
Un estudio de 1958 detallaba los casos de nueve niños, dos de los cuales fallecieron por una enfermedad de la piel debida a la vacunación, y que hoy se llama eczema vaccinatum. Los autores del estudio calculaban que la ocurrencia
de la enfermedad era de entre 1 por 20.000 a 1 por 100.000, con una tasa de mortalidad de entre el 4 % y el 40 %. Sin embargo, reconocían que no se informaba de la mayoría de los casos, y no se daba una explicación precisa sobre esta consecuencia de la vacuna.
El primer caso de que se hablaba era el de un niño de 15 meses que falleció después de sufrir durante 13 días (fotografía 4.3) el eczema vaccinatum.
Existía muy escaso control de la reacción de la vacuna y se informaba muy poco sobre ella, por lo que los autores de un estudio de 1970 sospechaban que el número de muertes relacionadas con la vacuna de la viruela era mayor de lo que reflejaban los informes. Este estudio solo analizaba las muertes producidas entre 1959 y 1968 en Estados Unidos. Si fueron tantas en un país con un sistema moderno de asistencia sanitaria, ¿cuál ha sido la cantidad total de muertes por la vacuna de la viruela desde 1800 hasta hoy en todo el mundo?

Los datos que aquí se aportan y las conclusiones de otros estudios indican que los riesgos de la vacuna contra la viruela tal como hoy se administra en Estados Unidos son considerables. La supervisión de las complicaciones de la vacuna de la viruela es muy deficiente, y se desconoce hasta qué punto no se informa sobre ellas. La observación de que varios fallecimientos debidos a enfermedades distintas de las complicaciones de la vacuna estaban mal clasificados o erróneamente informados como muertes por la vacuna abre la posibilidad de que las complicaciones de la vacuna también estuvieran mal diagnosticadas o mal clasificadas con otras dolencias. Algunos pacientes fallecen por los efectos residuales del daño provocado en el sistema nervioso central por la encefalitis posvacunal. En sus certificados de fallecimiento es posible que solo se mencionen las causas inmediatas que cursaron mientras estuvieron ingresados, y no la causa subyacente de la muerte. En nuestros estudios sobre las complicaciones de la vacunación ocurridas en 1963, no aparecieron los certificados de tres de las siete muertes claramente relacionadas con la vacuna. El número real de muertes causadas por complicaciones de la vacuna de la viruela puede ser mayor que las siete por año que esa reseña indicaba.60

La tasa de mortalidad por viruela descendió a partir de 1872, pero no existen pruebas de que en ello tuviera algo que ver la vacunación. En los inicios del siglo XX, la muerte por viruela no desapreció de Inglaterra, ni mucho menos (gráfico 4.5). Es interesante observar que el patrón de muertes por viruela refleja casi a la perfección el de una enfermedad más letal: la escarlatina, inducida por la toxina de una bacteria. Hubo una vacuna contra la toxina de la escarlatina que nunca se utilizó mucho porque tenía graves consecuencias para muchos de sus receptores. Antes de que se empleara cualquier tipo de antibiótico, se produjo un notable descenso de las muertes por escarlatina.
Es posible que alguien observe los gráficos y piense que la vacuna no necesitaba más que tiempo para producir sus efectos. Pero después de 1872, las tasas de cobertura de la vacunación fueron descendiendo poco a poco desde casi el 90 %. En 1909 se habían desplomado hasta solo el 40 % (gráfico 4.6). Pese al descenso de las tasas de vacunación, las muertes por viruela seguían siendo pocas, llegando casi a cero después de 1906. La vacunación contra la viruela siempre ha estado en correlación positiva con la epidemia en los países que registraban datos con la esperanza de demostrar el valor de la vacuna.

Gráfico 4.5. Tasas de mortalidad por viruela y escarlatina en Inglaterra y Gales desde 1838 a 1922.

El doctor Del Campo realizó una investigación de cinco años sobre numerosas reacciones fisiológicas a diferentes vacunas. Su informe sobre el año 1967 concluía que la vacunación es un trauma de considerable intensidad, cuyas alteraciones más graves se producen con las vacunas de virus vivos.61 Imaginemos el efecto que la vacunación pudo producir cien años antes, cuando las condiciones eran mucho peores que en 1967.
Después de la epidemia de 1872, muchas más personas perdieron la confianza en la vacunación. Empezaron a preguntarse si mejores condiciones sanitarias, higiene, viviendas, nutrición y aislamiento de los enfermos no serían la mejor forma de tratar la viruela. Estas ideas, que chocaban con la profesión médica y las leyes, culminaron en 1885 en una gran manifestación contra la vacuna de la viruela en la pequeña ciudad industrial de Leicester (Inglaterra). La gente estaba harta. La ola estaba a punto de tornarse en contra de la profesión médica y la ley.

Muchos profesionales de la salud ceden su pensamiento independiente al relato de los laboratorios, tradiciones y mitos, estos hacen fácil la opinión, sin la incomodidad del razonamiento y la investigación.

Proximamente:

Vacuna de la Viruela, vacunas contaminadas…

Toda la información ha sido extractada de Desvaneciendo Ilusiones sobre sus autores: La doctora Suzanne Humphries obtuvo el título de graduada en Medicina en 1993 en la Temple University de Filadelfia (Pensilvania), y posteriormente se especializó en medicina interna y nefrología. Ha impartido clases a estudiantes, residentes y posgraduados de medicina, y ha sido profesora adjunta del campus clínico de la Robert Wood Johnson Medical School de Camden (Nueva Jersey). Además, ha tenido consulta privada en un gran hospital universitario de Maine durante 10 años. En 2011, decidió dar un giro a su profesión, y hoy se dedica a asesorar sobre medicina holística, sigue investigando muchos aspectos de la práctica médica, y escribe sobre los problemas de la vacunación. Su web es https://dissolvingillusions.com/ – Roman Bystrianyk lleva más de 15 años estudiando la historia de las enfermedades y las vacunas. Posee amplios conocimientos sobre salud y nutrición, y es diplomado en Ingeniería y graduado en Ciencias Informáticas.

Referencias

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