Por Agustina Sucri – La Prensa
Visto en: TierraPura.Org
“Si no aprendemos de la historia, nos vemos obligados a repetirla. Cierto. Pero si no cambiamos el futuro, nos veremos obligados a soportarlo. Y eso podría ser peor”. Esta frase del escritor estadounidense Alvin Toffler cobra hoy más relevancia que nunca. Y es que durante los dos últimos años no solo hemos sido víctimas de un nivel de irracionalidad jamás visto en el tratamiento de la denominada pandemia, sino que además se han fijado peligrosos precedentes capaces de definir cómo será nuestra vida a futuro.
“Los mandatos de vacunación, el apartheid por las vacunas, los confinamientos, el uso de barbijo en los niños y las consiguientes restricciones a nuestra libertad de reunión y movimiento son algunos de los múltiples ejemplos en los que los Estados se equivocaron”, escribe en un reciente artículo John H.S. Aberg, profesor titular del Departamento de Estudios Políticos Globales de la Universidad de Malmö y doctor en Ciencias Políticas.
En su análisis y balance, el catedrático pone de manifiesto que en la crisis del coronavirus, la humanidad en su conjunto fue vista como el problema y todos estuvimos sujetos a las medidas draconianas de los gobiernos de todo el mundo, incluidas las propias élites políticas.
“El problema también es que los gobiernos no devuelven fácilmente las libertades perdidas, ni es fácil corregir el curso de la dependencia institucional”, advierte, para luego añadir: “El riesgo es que las políticas de covid se afiancen como una nueva forma de gubernamentalidad y que el estado de salud se convierta en un criterio de participación en la sociedad. Una vez que consientes que el Estado te inyecte algo en el cuerpo por la fuerza, se sienta un precedente extremadamente peligroso”.
Otro alarmante hito que marcó el covid fue la guerra contra aquellos que osaran cuestionar el discurso oficial, no solo a través de dispositivos como los “verificadores de datos” sino también entre los propios académicos. Así lo hace notar Aberg al comentar: “La preocupación por las evaluaciones críticas de la ortodoxia covídica es habitual entre los académicos, que sospechan que nos dedicamos a la desinformación en lugar de a la crítica aceptada. Esto es desconcertante, ya que los académicos deberían ser capaces de ver a través de la narrativa hegemónica”.
En ese sentido, el doctor en Ciencias Políticas insiste en que lo verdaderamente decepcionante fue que quienes se atrevieron a cuestionar la narrativa dominante del covid fueron acusados de ser agentes de desinformación. “Hay que tener en cuenta el error de equiparar las políticas imperantes y la información oficial como correctas y científicas”, resalta. Y, por supuesto, enfatiza la falta absoluta de un necesario debate científico. “Aparte de las recurrentes decisiones ad hoc, los incesantes mensajes mixtos y la cuestionable ciencia de las vacunas, lo que hemos visto a lo largo de la crisis es la falta de un debate científico adecuado, la aceptación acrítica de la información gubernamental y la censura y eliminación de contenidos en las redes sociales”.
“El concepto de ‘desinformación’ se utiliza, por desgracia, cada vez más como un dispositivo de difamación para atacar a cualquiera que se oponga a la narrativa dominante o a cualquiera que quede atrapado en la red de los llamados ‘verificadores de datos’ en las redes sociales. En un debate racional, uno debería ser capaz de argumentar que el uso de confinamientos es erróneo, que los barbijos tienen un uso limitado, que la vacunación de grupos de bajo riesgo es desaconsejable (especialmente si deseamos la equidad de las vacunas y la distribución global de las mismas a los ancianos y vulnerables del mundo), y que el desprecio de la inmunidad natural es ilógico y poco científico”, expresa Aberg, para luego añadir: “Pero en lugar de mantener debates razonados, tuvimos, y seguimos teniendo, campañas de desprestigio entre los académicos”.
En esa línea, remarca que se desalentó activamente el escepticismo legítimo, etiquetando a los que no están de acuerdo como “antivacunas”. “El idealismo de la comunicación científica racional se rechaza ferozmente cuando las afirmaciones de la verdad se desestiman sin evaluaciones, las afirmaciones normativas se rechazan como sospechosas y las afirmaciones de sinceridad se invierten para convertirse en ataques ad hominem destinados a desarmar tu credibilidad como académico, como persona pensante, como individuo, como ciudadano”, reflexiona.
El académico hace hincapié en que, a cambio, se nos dijo que confiáramos en “La Ciencia”, pero pasamos totalmente por alto que la ciencia es un método de conjeturas y refutaciones. “Por un lado, el gobierno liberal autoritario de los expertos aceptados silenció a los herejes disidentes que desafiaban el dogma imperante. Por otro lado, los eruditos ostensiblemente ‘críticos’ se tragaron cada palabra difundida por los gobiernos y las corporaciones, mostrando poca o ninguna comprensión de la propaganda y la fabricación del consentimiento durante la crisis. Y esto mientras se dedicaban gustosamente a la segregación de los no vacunados”, lamenta el profesor universitario.
Hace notar además la curiosa y llamativa postura de los académicos “de izquierda”, que es válida también para el periodismo. “Los académicos que se hacen oír -apuntando su munición intelectual contra el sistema capitalista global, la influencia política de las empresas y las estructuras sociales injustas- guardaron un llamativo silencio, ya sea defendiendo lo que se estaba desarrollando o simplemente con miedo, temiendo decir la verdad, sabiendo las repercusiones que tendría”, escribe Aberg.
Según este catedrático, el uso de los mandatos de vacunación y el pasaporte de vacunas son emblemáticos del estado de seguridad biopolítico autoritario que se estaba, y aún se está, desarrollando tras la pandemia. “Al principio, el despliegue de medidas autoritarias y el estado de excepción se vieron muy facilitados por el consenso público de que la vida política y social normal debía suspenderse para luchar contra el virus. Más tarde fueron más bien los derechos de los hombres y mujeres no vacunados los que debían ser suspendidos. Las anteriores articulaciones de las perspectivas ecológicas que culpaban explícitamente a la humanidad en su conjunto de la aparición del virus, fueron sustituidas por la focalización en los no vacunados”, apunta.
“Como resultado, la humanidad y sus formas destructivas dejaron de ser la parte central del problema. El virus es la amenaza, y podemos combatirlo con el ingenio humano, como demuestran las vacunas de ARNm. A partir de entonces, los no vacunados se convirtieron en la amenaza viva, ya que la vuelta a la normalidad se basaba en que todos se vacunaran. Y si no se vacunaba, fueran cuales fueran sus razones, su vida podía ser justamente sacrificada en el altar del cientificismo”, subraya.
En ese sentido, señala que, en sustitución del debate razonado y de la protección de los derechos humanos fundamentales, la bioética y los límites legales se renovaron y crearon una nueva realidad biopolítica.
Por todo esto, Aberg considera que debemos dar un paso atrás y analizar detenidamente todas las decisiones precipitadas que se han tomado en los dos últimos años.
“Ciertamente, debe haber algo que podamos aprender para prepararnos para el próximo virus dispuesto a tomar el mundo como rehén. ¿O nos dirigimos hacia una secuela que tiene un parecido casi plagiario con el actual ‘éxito de taquilla’? Si algo ha demostrado la historia es que a menudo permitimos que se repita, independientemente de lo devastadores que hayan sido los resultados”, finaliza.
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