Detrás de las fábricas de influencer en China: fama, vigilancia y esclavitud

Por Oriana Rivas – Panampost.com

Visto en: TierraPura.Org

Imagine un grupo de mujeres reunidas bajo un puente, transmitiendo en vivo por sus redes sociales y recibiendo regalos de los internautas, mientras ellas hablan o cantan. Puede parecer una escena absurda, pero es lo que está pasando en China.

El auge de streamers que buscan ganar dinero frente a una cámara durante horas es más común de lo que se cree, solo que desde Occidente puede ser visto como extraño, dado algunos videos recientes que están circulando en plataformas como TikTok.

Las chicas se filman con sus celulares, sostenido por un trípode y un aro de luz. También usan micrófono para evitar el ruido del ambiente. Según los videos, se juntan varias para no ser robadas o violadas durante la noche y se ubican en zonas de clase alta, para que la geolocalización de la aplicación les garantice mayores ganancias a través de seguidores cercanos.

Algunos lo tildan distopía, porque todas ellas sirven a las plataformas para ganar dinero y repartirse el botín. En algunos casos reportan ingresos de hasta 60000 dólares en un día, otras mucho menos. Pero todas buscan el mismo objetivo: ser la próxima Viya, conocida como «la Kardashian oriental», por generar ventas de hasta 365 millones de dólares en un solo día.

En 2021 sus redes sociales quedaron bloqueadas por orden del régimen chino, debido a una supuesta evasión de impuestos entre 2019 y 2020. La influencer aceptó la multa de 210 millones de dólares, pero olvidado ese percance, lo que persiguen sus admiradoras es ser tan populares y ganar tanto como ella.

Fábricas de streamers

El concepto de streamer puede definirse como una persona que crea contenidos y hace transmisiones en vivo a través de alguna red social o plataforma, para el año 2017 ya se hablaba de «fábricas» de este tipo en China. Por ejemplo, una investigación de Vice contó cómo la sede de REDO Media en Pekín alojaba «pequeños estudios estilo dormitorios» para estos jóvenes, mujeres en su mayoría. Pero su plantilla incluía a 3000 «estrellas de internet» en todo el país.

En el gigante asiático no existe TikTok, sino su versión china llamada Douyu creada también por ByteDance; además hay otras plataformas como Taobao Live de Alibaba o Pinduoduo. Allí las streamers o influencers pueden «venderse a sí mismas» hablando, cantando, maquillándose o haciendo cosas tan surreales como chapotear en tanques de agua mientras usan bikinis, pero también pueden vender productos. Así fue como Viya pasó a tener una fortuna de unos 1400 millones de dólares. Esto ocurre porque en China pueden transmitir en vivo mientras etiquetan productos, llevando a los espectadores directamente al carrito de compra.

Al menos en REDO Media, los locutores de tiempo completo obtenían para ese momento un salario y se llevaban a casa alrededor del 20 % de sus ganancias totales de obsequios. El regalo puede ser una «rosa digital» que valía entonces unos 15 centavos de dólar. De manera que sí, China atraviesa una situación salida de las mejores series de ficción.

Vigilancia gubernamental

Que esto se haya trasladado a las calles de China solo demuestra que la tendencia está creciendo. Sin embargo, el régimen vigila. Tanto así que en noviembre de 2016 una mujer de 21 años fue a la cárcel por transmitir en vivo contenido sexual. También se prohibió comer plátanos ante la cámara. Irónicamente el control y censura que la dictadura aplica sobre internet es lo que ha permitido a su vez la proliferación de las fábricas de streamers chinos, al no tener competencia de mercados extranjeros.

Aún así, no todo es perfecto. Algunos de lugares que alojan streamers llegan a ser clandestinos, con condiciones de hacinamiento y pagos de 750 dólares mensuales, como contó Er Xuan de 19 años en un ritmo de trabajo de seis a 15 horas diarias, es un sistema similar a la esclavitu. El tema tomó tal interés gubernamental que incluso se habla de «escuelas» creadas por el régimen comunista. En 2020 el Colegio industrial y Comercial Yiwu, abrió por primera vez el curso de “Influencers Inteligentes: Moda y Belleza». La idea es moldearlos para que no hablen mal de régimen o cometan algún acto considerado inapropiado.

El mundo digital de estos creadores de contenido es una especie de «toma y dame», donde a cambio de ingresos, se entrega la libertad individual a otros que los miran adictivamente durante horas y también al comunismo chino, que toma su porcentaje de ganancias y los vigila.

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