Por Juan Manuel de Prada  /  Kontrainfo

Nos advertía Pemán en una de sus deliciosas terceritas que «el mundo se ha vuelto tan falso, tan artificioso y falto de lógica que todo él viene a ser como una decoración de teatro que, por delante, representa un panorama decidido mentalmente y, por detrás, es un andamiaje de maderas».

Pero a Pemán le tocó vivir en una época en la que la mentira era todavía un trampantojo reconocible que quedaba desvelado con tan sólo rodearlo y asomarse al andamiaje que lo sostenía.

En esta época tenebrosa y desquiciada, la mentira es un ‘metaverso’ que a todos nos abraza. Hay épocas entregadas al culto monomaníaco del dinero, de la carne, del odio contra Dios o contra el hombre; pero la nuestra ha instaurado el culto totalitario de la mentira, que comprende todos esos cultos protervos y ampara bajo su yugo todos los crímenes.

Y así, bajo el yugo de la mentira, se subvierte el orden de las cosas, quedando el mundo convertido en un penoso manicomio.

La mentira se ha constituido diabólicamente en régimen de vida, en fuerza cósmica o poder universal. Se miente por oficio, por sistema, con un satisfecho orgullo que sólo admite una explicación preternatural. Siempre los medios de comunicación habían sido partidistas, sectarios y arrimadizos de tal o cual bando.

Pero nunca como en nuestra época se habían convertido en recipientes de las propagandas más burdas, de los infundios más clamorosos, de las incitaciones mendaces más abusivas y grotescas. Nunca como en nuestra época se habían dedicado con tan entusiástico frenesí a sembrar la confusión babélica en el mundo.

Y nunca como en nuestra época quienes cultivan la mentira con tesón científico habían obtenido tanto rédito. Las intoxicaciones más burdas, los montajes más maniqueos, los bulos más rocambolescos, fabricados y puestos en circulación por los gabinetes de guerra psicológica son divulgados con unánime fervor y aplaudidos con entusiasmo por las masas cretinizadas, que así exorcizan sus miedos, que así olvidan que las están saqueando materialmente y corrompiendo espiritualmente.

Y, para imponer su yugo, la mentira se sirve lo mismo del embuste despepitado que de la sensiblería buenista, según le convenga. Ya no se trata de divulgar mentiras como recurso defensivo o como subterfugio; ahora la mentira se pavonea presumida, teoriza, sienta cátedra, sabedora de que ha logrado imponer ese ofuscamiento de las conciencias al que se refería Isaías:

«¡Ay de quienes llaman bien al mal y mal al bien, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!».

Es la mentira hegemónica instaurada por doquier, maciza e inexpugnable, convertida en salvoconducto para cruzar las aduanas de la aceptación social.

Y quienes se atreven a desenmascarar sus artes o no se resignan a ser víctimas de sus industrias son de inmediato censurados y señalados como réprobos. ¡Ay de la época que se abraza a la mentira y silencia a sus profetas! Acabará encadenada sin remisión a las tinieblas.

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