Por Juan Manuel de Prada

Ya no basta con organizar ruedas de prensa en las que no se admiten preguntas de los periodistas; ya no basta con permitir que las preguntas las formulen únicamente los medios genuflexos, condenando a los díscolos a ejercer de comparsería muda.

Ahora se trata de garantizar que sólo las ‘versiones oficiales’ cocinadas en La Moncloa tengan difusión, cegando las fuentes a los medios mínimamente críticos, que de este modo estarán obligados a ‘escribir de oídas’ y podrán ser desprestigiados más fácilmente por los ‘verificadores’ -jenízaros al servicio de las ‘versiones oficiales’-, que calificarán todas sus noticias de “bulos” (o feik nius, que queda más woke).

En esta era woke, quien se atreve a desafiar la hegemonía del discurso oficial debe ser ‘cancelado’. Toda forma de disidencia, por leve que sea, se considera ilegítima, perniciosa, intoxicadora de la paz y el sosiego que deben imperar entre las masas cretinizadas, de las que el poder se erige en máximo protector.

Decía Jefferson que «si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin un gobierno, no vacilaría ni un instante en preferir esto segundo».

En esta era woke tan divina de la muerte, la disyuntiva planteada por Jefferson carece ya de sentido, porque el gobierno dispone de mecanismos suficientes para garantizar que sus ‘versiones oficiales’ se impongan: dispone de medios adictos que actúan de voceros, dispone de ‘verificadores’ encargados de estigmatizar a los medios díscolos, dispone de cacatúas y loritos tertulianos que regurgitan sus consignas y señalan a los herejes que osan discutirlas, dispone de perros pastores en las redes sociales encargados de las cazas de brujas y de la criminalización del disidente, dispone -en fin- de unas masas cretinizadas que reaccionan paulovianamente, permeables a la agitación más burda, y dispuestas a demonizar toda forma de periodismo crítico.

Así, pasa a mejor vida aquel periodismo dedicado a fiscalizar al poder. En la era woke, es el poder el que se dedica a fiscalizar a los periodistas dignos de tal nombre, convirtiéndolos en enemigos públicos que las masas cretinizadas pueden hostigar en las letrinas de interné o incluso escrachar a la puerta de sus casas.

En la era woke, el poder establece la verdad; y, no contento con ello, dictamina también quién está legitimado para divulgarla y quién debe ser expulsado a las tinieblas.

Y, a la vez que impulsa esta labor de fiscalización del periodismo molesto, el poder puede movilizar a sus cacatúas y loritos, subvencionar a sus ‘verificadores’, azuzar a sus perros pastores en las redes sociales, adular a las masas de zoquetes sectarios que ya no entienden que, en periodismo, los hechos son sagrados pero el juicio que nos merecen es diverso. Ahora cualquier juicio disidente puede ser purgado. Y la purga ha comenzado.

Visto en: Kontrainfo

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