Médicos televisivos: algún día habrá que enjuiciar sus conductas frente al Covid

Por Juan Manuel de Prada

Algún día (pero antes tendrá que pasar mucho tiempo) habrá que enjuiciar con ecuanimidad determinadas conductas inexplicables de nuestro gremio médico. Han sido, desde luego, admirables los actos heroicos que muchos médicos realizaron durante los meses más feroces de la plaga; pero también hubo actos miserables de otros médicos que se conformaron con aplicar ‘protocolos’ que abandonaban a su suerte a los enfermos.

Y no dejará nunca de sorprendernos que, en los meses más crudos de la plaga, nuestro ‘personal sanitario’ no se uniera para denunciar la criminal actitud de quienes los obligaban a desempeñar su trabajo sin protección, mientras exhortaban a las masas cretinizadas a prorrumpir en aplausitos desde los balcones.

También algún día tendrá que hablarse seriamente de las diversas regalías que muchos médicos (y las sociedades que los apacientan) reciben de la industria farmacéutica, a cambio de convertirse en sus heraldos. Y tendrá que hablarse, desde luego, del ‘silencio de los corderos’ (con sus ribetes de omertá) al que muchos médicos han resuelto acogerse, ante la misteriosa proliferación de determinadas afecciones durante los últimos meses.

Pero hoy quisiéramos referirnos a otro asunto –si se quiere más anecdótico, pero en modo alguno menos importante– que algún día tendrá que ser muy severamente juzgado. Me refiero a los médicos que, desde que estallase la plaga, aparecen en la televisión y en otros medios de cretinización de masas, pontificando sobre el coronavirus y sus variantes, y exhortando a la población a inocularse las veces que haga falta.

No entraremos a discutir los méritos de estos médicos televisivos; por lo general son mindundis con labia y fotogenia, pero valdría lo mismo si estuviese demostrado que son eminencias en su ramo.

La cruda verdad es que estos médicos televisivos no saben apenas nada sobre el comportamiento de los virus, mucho menos sobre un virus de aparición reciente que aún no ha sido estudiado a fondo; y, por supuesto, tampoco saben nada sobre la composición y los efectos de las terapias génicas experimentales (vulgo ‘vacunas’) que alegremente recomiendan.

Al hacer esta afirmación, no trato en modo alguno de desacreditarlos. Para que se entienda lo que afirmo, diré –modestamente– que soy una persona que tiene unos conocimientos profusos de literatura, tanto clásica como moderna; pues he leído y meditado con aprovechamiento a los clásicos, he frecuentado a los maestros modernos y he picoteado aquí y allá del alud de novedades que cada semana inunda las librerías.

Pero si mañana le diesen el premio del dinamitero a un paquistaní y me escuchasen pontificando sobre la literatura de esos andurriales pueden estar seguros de que mis exhibiciones eruditas serían una completa impostura. Y lo mismo que me ocurre a mí con la literatura paquistaní les ocurre a los médicos con las mutaciones del coronavirus y las terapias que se están inoculando.

Los médicos no estudian apenas virología en su carrera, ni falta que les hace (pues un médico no es, en contra de lo que se pretende hacer creer a las masas cretinizadas, un científico, sino un técnico). Así que cuando pontifican sobre el coronavirus y sobre las ‘vacunas’, esos médicos televisivos están perpetrando una pantomima.

Están simulando tener un juicio propio formado sobre cuestiones de las que apenas tienen conocimiento; cuestiones sobre las que se ‘informan’ en la prensa y en los telediarios, asumiendo (con típica actitud tragacionista) que la ‘información’ que se dispensa a través de estos canales es verídica.

Estos médicos televisivos son, en fin, unos impostores redomados que ‘forman’ su ‘opinión’ a través de las mismas fuentes que cualquier persona corriente; y que desarrollan su labor médica (si es que su omnipresencia en los platós les permite todavía desarrollarla con probidad) aplicando maquinalmente unos ‘protocolos’ dictados ‘desde arriba’ y aprobados por las autoridades sanitarias, a su vez inspiradas en el llamado ‘consenso científico’ internacional; que es como finamente se designa a los dictados de la industria farmacéutica.

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