Por Dylan Carter / The Brussels Tiimes
Traducido por el equipo de Sott.net
A medida que la guerra en Ucrania hace estragos, crece el temor por la seguridad alimentaria mundial. Incluso desde la relativa estabilidad de Bélgica, los consumidores ya sienten los efectos. Ahora, son los productores los que dan la voz de alarma.
Según Fevia, la Federación de la Industria Alimentaria Belga, hasta el 40% de los productores de alimentos de Bélgica tienen previsto interrumpir o reducir temporalmente su actividad.
Alrededor del 12% de las calorías del mundo proceden del trigo ucraniano y ruso. La guerra puede impedir que los agricultores ucranianos recojan sus cosechas en un futuro próximo y Rusia ha bloqueado los barcos que exportan grano en respuesta a las sanciones internacionales.
Esto ha tenido un profundo impacto en la cadena de suministro mundial. Incluso se teme que la escasez de suministros pueda agravar la hambruna en regiones vulnerables de África.
Se avecinan tiempos difíciles
La federación de comercio encuestó a 700 de sus miembros corporativos para saber cómo estaban afrontando los impactos de la guerra en Ucrania en la cadena de suministro. Los resultados son preocupantes.
Alrededor del 50% de los productores belgas de alimentos se enfrentan a la escasez de ingredientes, como el aceite y la harina, necesarios para elaborar sus alimentos. El año pasado, el aceite de colza se podía adquirir por 750 euros la tonelada. Ahora la misma cantidad costará 2.200 euros, casi tres veces más.
Alrededor del 70% de las empresas han tenido que hacer cambios en sus productos, o tendrán que hacerlo en un futuro próximo. Los productos pueden incluso empezar a tener un sabor ligeramente diferente. El gobierno belga ha permitido a los productores utilizar sustitutos para los ingredientes que escasean.
Por ejemplo, los fabricantes de patatas fritas congeladas o de mayonesa pueden ahora utilizar tipos de aceite alternativos, como el de cacahuete o el de soja, aunque no coincida con lo que pone en la etiqueta.
Los consumidores belgas también habrán notado que reciben menos por su dinero. Los productores tienen dificultades para repercutir sus costes y, por tanto, reducen la cantidad total de alimentos que producen.
Esto se conoce como «shrinkflation». Abra un paquete de patatas fritas, por ejemplo, y se dará cuenta de que hay unas cuantas menos en el paquete de lo habitual, pero al mismo precio.
Los paquetes de patatas fritas de la marca Doritos son mucho más ligeros desde el comienzo de la guerra. En todas las marcas de Lays, han desaparecido unas 5 patatas fritas de cada bolsa.
La industria tiene problemas
Aunque el pronóstico para la industria alimentaria es sombrío, no siempre fue así. En 2021, el sector se recuperó. La industria alimentaria belga impulsó el crecimiento económico, con una facturación total de 61.400 millones de euros. El sector proporcionó casi 100.000 puestos de trabajo a los belgas.
Aunque la industria comenzó a recuperarse de los efectos de la pandemia, algo que no ha mejorado es la rentabilidad del sector. Los elevados costes de abastecimiento derivados de la pandemia de Covid-19 han sido sustituidos por unos costes aún más elevados derivados de la guerra en Ucrania.
«Durante la pandemia, muchas empresas alimentarias estaban ya contra la espada y la pared debido a la escasez de materias primas y al fuerte aumento del coste de los materiales, la energía, el envasado y el transporte», explicó Anthony Botelberge, Presidente de Fevia.
El precio del trigo ha aumentado más de un 50% desde febrero. La UE adquiere de Ucrania hasta el 45% de todos sus aceites vegetales, que ahora escasean.
Consumo de energía
El sector de la producción de alimentos está hambriento de energía y el conflicto en Ucrania ha puesto las facturas por las nubes. Alrededor del 50% de los productores de alimentos belgas han visto duplicar sus facturas, y más de un tercio las han triplicado.
«A principios de año, parecía que por fin íbamos a poder apagar estas llamas, pero la guerra de Ucrania, por desgracia, ha vuelto a avivar el fuego. Si no podemos repercutir estos costes, ya no será rentable seguir produciendo», advirtió el experto del sector.
Fevia afirma que los supermercados «no están muy abiertos a discutir los aumentos de precios», lo que dificulta a los fabricantes la repercusión de los costes. «Esta es una prueba de estrés para toda la cadena alimentaria… En estas circunstancias extremadamente difíciles, sólo podemos salir adelante juntos», dijo Botelberge.
El sector de la producción de alimentos reclama ahora un mayor apoyo gubernamental, incluida una mayor flexibilidad en la legislación sobre el etiquetado, que permita a las empresas ahorrar en materias primas y compensar la escasez.
Fevia asegura que esto no irá en detrimento de la seguridad alimentaria.
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