Tras la mayor campaña de miedo de la historia llega la de mayor censura global

Por Miguel Jara

La vacunación universal covid con productos que probablemente hayan sido los más mortíferos en la historia de la Medicina ha constituido el mayor escándalo de salud pública de la Historia.

Según el autor de ese texto:

Su implementación se basó en la exageración interesada de la mortalidad del covid, en la presión social, en la negación del poder de la inmunidad natural tras pasar la enfermedad y en el bombardeo de historias de terror, que hizo creer a la población que la enfermedad era mucho más peligrosa de lo que en realidad era.

Fernando del Pino Calvo-Sotelo.

Y es que se sabía desde el mismo 2020 que los posibles daños más graves se centraban en ancianos y personas con cuatro comorbilidades muy concretas. El propio Bill Gates afirmó con enorme cinismo:

Al principio no entendíamos que el covid tenía una letalidad bastante baja y que sobre todo afectaba a los ancianos, de modo similar a la gripe».

Bill Gates.

Al engaño sobre la peligrosidad real del virus -indica Del Pino- hay que añadir otro: nos dijeron que las “vacunas” evitaban el contagio y la transmisión y que detendrían la epidemia si alcanzábamos «inmunidad de rebaño» vacunal. Pero no fue verdad.

La realidad era que el covid tenía menor gravedad que la gripe en niños y era estadísticamente leve en jóvenes y adultos sanos hasta cierta edad, que la inmunidad natural otorgaba una protección muy superior a la vacunal y que las “vacunas” no impedían el contagio ni la transmisión.

Desde el punto de vista del paciente, no cumplían ninguno de los requisitos exigidos para toda vacuna: no eran necesarias (para la inmensa mayoría de la población) ni eficaces ni seguras. Pero acabarían convirtiéndose en el medicamento más lucrativo de la Historia.

A la muerte súbita de niños, jóvenes y adultos sanos (con un inexplicado exceso de mortalidad estadísticamente significativo), hay que sumar graves efectos isquémicos y cardiovasculares, como ictus, trombosis, embolia pulmonar, miocarditis y pericarditis, fibrilación atrial, angina de pecho y arritmias, efectos oculares, dermatológicos, inmunitarios y neurológicos, como mielitis transversa aguda, herpes zoster, desórdenes menstruales y una reducción de fertilidad masculina.

Algunos estudios incluso han identificado el mecanismo que explicaría la potencial relación causal directa entre las vacunas ARNm y enfermedades neurodegenerativas, miocarditis, trombocitopenia, parálisis de Bell, enfermedad hepática, alteración de la inmunidad adaptativa, daños en el ADN y cáncer.

Sus efectos adversos se han intentado silenciar, y pese a la tremenda censura en las plataformas globales de comunicación, la información ha corrido porque no se pueden poner puertas al campo.

Y eso hay quien no quiere que se repita. Desde la cumbre de Davos, pasando por el nuevo Tratado de pandemias que impulsa la Organización Mundial de la Salud (OMS), a las nuevas intenciones de Google (que ha anunciado que endurece sus condiciones para publicar sobre temas sanitarios), lo que viene es el intento del Poder establecido, del stablishment global, de censurar cualquier crítica.

En línea con todo esto, a mediados de febrero, la Asamblea Nacional de Francia examinó el “proyecto de ley destinado a reforzar la lucha contra las derivas sectarias”

Entre las disposiciones contenidas en el texto, una es particularmente controvertida: la creación de un nuevo delito que penaliza la provocación para abandonar la asistencia médica

Se trata de castigar el hecho de empujar a un paciente a no seguir el tratamiento prescrito por la medicina convencional u oficial, exponiéndolo así supuestamente a graves riesgos para su salud.

Esto conduciría a prohibir las críticas a la vacuna Covid, por ejemplo. Se amenaza con castigar a cualquiera que se atreva a cuestionar o criticar los tratamientos médicos oficialmente aprobados, incluidos los medicamentos y las vacunas. Es censura pura y dura.

La campaña de vacunación covid ha provocado tantos daños y se ha hecho de una manera tan autoritaria y torticera, que ha conseguido el efecto contrario, que se critiquen no solo las vacunas covid sino las vacunas en general.

Llevo mucho tiempo diciéndolo, los peores enemigos de las vacunas, los peores «antivacunas», son sus fabricantes y quienes les ayudan en sus campañas de marketing del miedo para colocarlas en la población, pese a las dudas sobre su necesidad, eficacia y seguridad.

El sistema está molesto y responde con censura institucionalizada.

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