Por Ufo Spain
Como si de un cuento de Lovecraft se tratase, la sección de Obras raras de la Biblioteca Nacional de Brasil guarda celosamente un extraño documento de diez páginas bautizado con el sugestivo nombre de Manuscrito 512.
En él se narra una expedición del siglo XVIII durante la cual se descubrieron las ruinas de una antiquísima ciudad que parecía haber desarrollado una civilización clásica al estilo mediterráneo.
Hay una dura controversia respecto a su veracidad pero el Manuscrito 512 resultó lo suficientemente fascinante como para que se interesasen por él dos célebres eruditos decimonónicos: Sir Richard Burton y Percy Fawcett.
Todo empezó en 1839, cuando un naturalista llamado Manuel Ferreira Lagos encontró por casualidad aquella insólita pieza carente de autoría explícita y titulada, al estilo de la época, «Relação histórica de huma oculta, e grande Povoação, antiguissima sem moradores, que se descubrio no anno de 1753».
Entregado al Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, su revista oficial publicó una copia con una explicación contextual sobre el siglo XVIII en la que narraba la historia de los bandeirantes (aventureros que se internaban en la selva para cazar esclavos o hacer fortuna) que salieron en busca de unas presuntas minas encontradas a principios del siglo XVI por Muribeca.
Con este mote se conocía al descendiente de un náufrago acogido por los indios llamado Diogo Álvares Correia (una especie de Gonzalo Guerrero en versión lusa), y que se negaba a confesar la localización exacta de dichos yacimientos (aunque otras versiones adjudican una identidad diferente a Muribeca, como Belchior Dias o su hijo Roberto).
En aquella primera mitad del siglo XIX Brasil acababa de independizarse de Portugal y, como suele pasar en estos casos, necesitaba unos cimientos que sustentaran la nueva nación, mezclando elementos históricos y mitológicos, por esa razón el Manuscrito 512, como se había bautizado aquel extraño documento, fue dado por bueno.
El hecho de que por entonces se empezaran a descubrir antiguas ciudades prehispanas olvidadas animaba a encontrar algo parecido en territorio brasileño que diera al estado recién nacido fuste como cultura previa, en vez de las simples y primitivas tribus amazónicas.
De hecho, circulaban multitud de leyendas de ese tipo, fruto de la fantasía de los bandeirantes y de la mezcla con las historias de palenques y quilombos (asentamientos de esclavos cimarrones, algunos de los cuales crecieron extraordinariamente hasta llegar a ser auténticas urbes ocultas en la selva, con alguno de sus jefes autoproclamado rey).
Según el Manuscrito 512, que está escrito como si fuera una especie de diario a lo largo de diez años, una expedición de bandeirantes portugueses se internó en el sertón (una vasta región del nordeste brasileño) en busca de las minas del citado Muribeca.
Con ese objetivo habían partido unas cuantas misiones siglos atrás pero nunca encontraron nada excepto algunas piedras preciosas que no hicieron sino excitar aún más la imaginación: que si Muribeca poseía un fantástico tesoro en la sierra de Itabaiana, que si bajaba a Salvador de Bahía a vender las gemas, que si se había llegado a entrevistar con el mismísimo Felipe III para solicitarle un título nobiliario y el rey trató de engañarle terminando por ejecutarlo, etc.
El caso es que buscando esa versión brasilera de El Dorado, los expedicionarios se toparon con una vieja ciudad comida por la maleza que rompía con todo lo conocido por esas latitudes: grandes edificios, caminos pavimentados, arcos, relieves, estatuas… Incluso avistaron una canoa con dos hombres de tez blanca y ataviados a la europea que huyeron precipitadamente.
El enigmático texto del manuscrito se completa con algunos detalles curiosos, como la reseña de haber encontrado una bolsa con monedas de oro que llevaban inscrita la silueta de un arquero y una corona, o la reproducción de unos jeroglíficos copiados de varios rincones de la ciudad a los que algunos ven cierto parecido con letras griegas y fenicias.
Con todo esto, y teniendo en cuenta la mencionada coyuntura de la búsqueda de una identidad ancestral para Brasil, se organizaron algunas expediciones que, siguiendo el relato, intentaran encontrar la fabulosa ciudad.
La más importante fue la que salió en 1840 al mando del canónigo Benigno José de Carvalho e Cunha quien tras reunir un montón de testimonios de gente que había viajado por la región, y empleando seis años de esfuerzo, no encontró absolutamente nada más que habladurías que hacían aún más fantasioso el asunto, caso de las referencias a un dragón que vigilaba el lugar.
Todavía no había regresado el sacerdote cuando en 1848 un militar llamado Manoel Rodrigues de Oliveira también partió en busca de la urbe ignota y regresó con el mismo resultado negativo. La ilusión que había desatado aquella historia empezaba a desmoronarse.
Así pasaron unas décadas y en 1865 llegó a Brasil sir Richard Burton, el célebre explorador que, junto con John Hanning Speke, había protagonizado una famosa expedición a África central en busca de las fuentes del Nilo; Speke creyó hallarlas en el lago Victoria y Burton creía que no era así.
Esa controversia, que terminó con la muerte de Speke, supuso el ostracismo para Burton, quien a partir de entonces sólo pudo desempeñar unos penosos cargos secundarios de cónsul británico, primero en Fernando Poo (la Guinea española) y ahora en Santos (estado de Sao Paulo).
En uno y otro destino empleó más tiempo en explorar que en su labor administrativa y, como cabía esperar, su estancia en Brasil se la pasó viajando por el interior.
Por supuesto, supo del Manuscrito 512 y probablemente aprovechó alguno de aquellos periplos para ver si descubría algo. No lo hizo pero, a cambio, su esposa tradujo el documento al inglés y él incluyó dicha traducción en un libro que publicó narrando su paso por Brasil: Explorations of the highlands of Brazil.
No obstante, aún quedaba otro británico dispuesto a dejarse llevar por las ensoñaciones del Manuscrito 512: Percy Harrison Fawcett, un coronel nacido precisamente el año en que Burton desembarcó en América y que en 1921 organizó otra expedición más por el interior del país.
En realidad, Fawcett no buscaba exactamente la ciudad descrita en el manuscrito -de hecho, su ruta no era por esa región nordeste sino por el Mato Grosso-, a la que denominaba Ciudad de Raposo, sino otra que él había bautizado como Z, aunque no descartaba la posibilidad de que se tratara de la misma.
No se sabe qué fuente utilizaba este peculiar aventurero para buscar Z, pero sí que también llevaba el Manuscrito 512 porque otro excónsul británico aseguraba haber visto una ciudad que respondía a la descripción del documento.
De la expedición, en la que también iban el hijo de Fawcett y un amigo de éste, nunca más se supo y sólo hace poco que se encontraron algunos objetos que llevaban consigo, especulándose que probablemente murieron a manos de los indios. En cualquier caso, desde entonces su misteriosa desaparición desplazó en interés a la ciudad del manuscrito.
Para ésta se han buscado múltiples explicaciones: dejando aparte la osada hipótesis de la llegada de algún barco de una de las civilizaciones mediterráneas antiguas, caso de la fenicia (según se deduciría del alfabeto de las monedas), hitita (por la Pedra de Ingá, una gigantesca estela con grabados que algunos ven parecidos a la lengua de ese pueblo) o romana (la reseña del documento sobre arcos de triunfo)
Se ha apuntado a la odisea personal de João da Silva Guimarães (un militar que en 1720 encontró unas minas que luego resultaron carecer de valor, quedándose a vivir con los indios), a la de Antonio Lourenço da Costa (que pasó una década en la región coincidiendo cronológicamente con la expedición descrita por el texto)
O, más racionalmente, el hecho de que en aquel iluminado siglo XVIII la arqueología daba sus primeros y sonados pasos, habiéndose descubierto sitios impresionantes como Pompeya y Herculano, algo luego magnificado con la aparición de Palenque y demás restos precolombinos. De la historia al mito; o viceversa.
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